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sexta-feira, 13 de dezembro de 2013

Los medios de comunicación respetan el duelo de Newtown


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Los medios de comunicación respetan el duelo de Newtown

Llegué a Newtown el pasado domingo para comprobar cómo encaraba la ciudad el difícil aniversario del tiroteo en la escuela de primaria de Sandy Hook. Al frío del atardecer se sumó la frialdad de los vecinos, incómodos al saber que era periodista. En Newtown los medios de comunicación no son bienvenidos. La ciudad ha sido muy clara a la hora de advertir de que no tolerará la avalancha de camiones de televisión, antenas y micrófonos que el año pasado asediaron la localidad para recoger el dolor de las víctimas y la estupefacción de sus habitantes, incapaces de asimilar una matanza incomprensible.


El lunes, la alcaldesa, Pat Llodra, pedía a los medios de comunicación que tuvieran consideración hacia la privacidad y el recogimiento con los que sus ciudadanos y las familias de las víctimas han decidido honrar a las 26 personas que perdieron su vida en la matanza. Los representantes de los afectados por el tiroteo y de las distintas organizaciones municipales que comparecieron en el encuentro con la prensa aseguraron que ésas serían las últimas palabras que ofrecerían a los periodistas y nos pidieron que respetáramos su duelo. La localidad no ha planeado ningún acto específico para conmemorar esa fecha, el peso del dolor de cada uno de sus 28.000 habitantes es tan aplastante que no requieren de ningún fasto para rememorar una tragedia que es improbable que consigan arrancar alguna vez de su memoria. Los testimonios que se recogen en este reportaje se obtuvieron antes de la petición de Llodra.


Muchos de los aparcamientos que el diciembre pasado fueron tomados por las furgonetas de las cadenas televisivas han puesto carteles en los que niegan el espacio a los vehículos de los reporteros. La mayoría de las principales emisoras de televisión y de los periódicos de tirada nacional han ido confirmando a lo largo de la semana que no tienen harán ningún despliegue informativo por el aniversario y que recogerán las noticias que brinde la agencia Associated Press, una unanimidad insólita que no se había suscitado a la hora de rememorar aniversarios de otras tragedias.


“Desde luego, esperamos que no venga tanta prensa y, en todo caso, nosotros no la permitiremos aquí”, cuenta una empleada del Sandy Hook Deli, un establecimiento a menos de dos manzanas de donde murieron los niños y que se llenó de decenas de periodistas, apelotonados en el local para aprovechar su wifi y poder enviar sus historias Hace un año, en las primeras horas posteriores a la masacre, muchos vecinos de Newtown no tuvieron reparo en hablar con los medios, al contrario, parecían ávidos de poder compartir con personas ajenas a la ciudad su angustia, como si así pudieran exorcizar sus miedos.


Ahora, sin embargo, todos prefieren guardar para sí su pena y se muestran reacios a expresar sus opiniones públicamente, temerosos de atraer una tristeza de la que solo quieren sobreponerse. Muchas ventanas de establecimientos cercanos a donde se alzaba el colegio Sandy Hook están adornadas con estrellas con mensajes de ánimo. “Hay que seguir adelante”, “¡Vamos!”, un aliento callado en pos de ese esfuerzo común.


“No nos vemos como víctimas y lo que queremos es ser capaces de construir un futuro de esperanza”, son las escasas palabras que los pocos medios de comunicación congregados en el Centro Municipal de Newtown logramos arrancar a la alcaldesa de la localidad tras la rueda de prensa. Un año después de que Adam Lanza abriera fuego en la escuela de primaria de Sandy Hook y acabara con la vida de 20 niños y seis profesoras, la ciudad vive atrapada en la tristeza


Con todo, Newtown, quiere evitar quedar asociado para siempre a la matanza de la escuela, una masacre que todos los vecinos eluden mencionar. Las palabras tiroteo o disparos han desaparecido de las conversaciones, sustituidas por perífrasis del tipo “lo sucedido ese día”, “la cadena de acontecimientos”... Frases vagas para alejar de manera intencionada una desgracia a la que tratan de sobreponerse mientras encuentran la mejor manera de olvidar.


Los vecinos, entonces, también mostraron su solidaridad con las víctimas escribiendo mensajes, encendiendo velas y depositando regalos y peluches bajo el árbol de Navidad de Sandy Hook. El abeto se convirtió en un santuario de condolencias a donde peregrinó todo Newtown. Un año después, del árbol solo penden las luces decorativas. “Las familias han pedido que no dejen nada”, asegura Maria Ruggiero, una camarera de la cafetería Village Perk Cafe.


El vacío del árbol es un ejemplo más de la normalidad a la que tratan de aferrarse los vecinos de Newtown. “Hay que hacer entender a la gente que esos gestos podían tener un significado hace un año y, ahora, lo siguen teniendo, pero deben hacerse de otra manera”, explica el reverendo Mathew Crebbin, coordinador de la Asociación Interreligiosa de la localidad y que ha tenido un papel muy activo en la asistencia de los parientes de las víctimas de la localidad.


Recuperar la normalidad cuando todo ha cambiado

“Cada familia ha afrontado problemas muy diferentes. Algunas han perdido a seres queridos, otras tienen niños que están traumatizados porque fueron testigos directos de lo que ocurrió, otras no son capaces de asimilar que una cosa así haya sucedido en su comunidad”, explica Crebbin. En esa pugna por sobreponerse a la tragedia, varios padres y vecinos han puesto en marcha asociaciones y fundaciones para recaudar fondos para mejorar la investigación de enfermedades mentales, para prevenir la violencia armada o para promover actos de amabilidad, como la iniciativa, ¿Qué haría Daniel?, impulsada por Mark Barden, un músico de la localidad que perdió a su hijo, Daniel, en el tiroteo y que estuvo presente en la Casa Blanca junto al presidente Barack Obama, cuando el Senado fue incapaz de aprobar una legislación para reforzar el control de las armas de fuego.


Uno de los principales retos a los que se han enfrentado las familias de los alumnos de Sandy Hook es mantener la normalidad anterior a la matanza, “necesaria para garantizar la estabilidad que los menores necesitan aliviar los traumas, sin ignorar el hecho de que todo es diferente”, sostiene el reverendo.


Un ejemplo de que todo ha cambiado es la desaparición de la escuela donde sucedió la matanza. La ciudad votó a favor de su demolición en mayo de 2013. El recinto está cercado y rodeado de extremas medidas de seguridad para ahuyentar el morbo de los curiosos. Entre los robles fríos que circundan el solar se atisban varias palas y camiones que retiran los últimos restos del colegio. Newtown ha pretendido enterrar entre los escombros el horror que se vivió el 14 de diciembre de 2012 pero no ha logrado sepultar el fantasma del sinsentido de esa tragedia que arrebató la vida de 26 personas inocentes y, con ellas, la inocencia de esa localidad.


El sábado, a las nueve y media de la mañana -cuando comenzó el tiroteo-, a petición del gobernador de Connecticut, las campanas de todas las iglesias del Estado repicarán 26 veces, una por cada una de las víctimas de la matanza -el Centro Municipal de Newtown ha dado libertad a las iglesias para que se toquen las suyas si así lo desean y, en principio, no se oponen, ha confirmado su portavoz a este diario-. Son los 26 ángeles de Sandy Hook que se recuerdan en lazos verdes -como el color del colegio-, prendidos en las solapas de los vecinos, pegados en la parte trasera de los coches, clavados en los árboles o en los dinteles de las casas...


El tiroteo arrebató la Navidad a Newtown. Este año, las luces que iluminan las entradas de las casas son pequeños destellos de normalidad. Los adornos aquí no son rojos, son blancos y verdes, el color de Sandy Hook y el color de la esperanza a la que los vecinos se aferran para zafarse del dolor. En esta ciudad la carcajada de un niño todavía provoca amargura. “Los críos tienen el derecho a ser felices, deben tener la oportunidad de reír y disfrutar, debemos dejar de convertir esta ciudad en un templo, en un recuerdo permanente de tristeza”, explica la encargada de una tienda de juguetes, mientras deja pasar a dos niñas que se adentran a la sección de muñecas.




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